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Han cambiado mucho las cosas en la capital de Irlanda desde que James Joyce colgara su pluma para siempre.

La estatua de O’Conell sigue presidiendo la avenida que lleva su nombre, pero sus ojos no ven ese paisaje petrificado y estático de comienzos del pasado siglo…

Ahora Dublín es una ciudad al alza, dinámica y emprendedora, abraza al progreso y representa como pocas urbes las tendencias modernistas del nuevo milenio. Sin embargo, en esa espiral de florecimiento que inunda Irlanda, el fútbol parece estar al margen, como si se hubiera quedado anclado en esos tiempos opacos que ya se esfumaron por las aguas del río Liffey.

El Bohemians FC jugaba este pasado viernes su último partido de liga, que sigue un curso anual, a diferencia de los grandes campeonatos europeos.

Coronado como campeón desde el mes de octubre, el partido ante el Corck City se convertía en una agradable oportunidad para festejar un campeonato inmaculado, en el que, de hecho, le ha sacado 21 puntos al segundo clasificado. Los números suenan muy bien, pero distan bastante de lo que marca la cruda realidad.

Dalymount Park, el estadio del Bohemians, se ubica en el Norte de Dublín, en el barrio de Phibsborough. Alejada de los intensos movimientos humanos del centro de la ciudad, esa parte de la capital es oscura y hasta cierto punto inhóspita, sus edificios de ladrillos rojos encierran un campo que increíblemente durante muchos años fue considerado la casa del fútbol irlandés, cuya antigüedad se remonta a comienzos del siglo XX.

El visitante no encontrará una entrada principal como en cualquier estadio de siquiera nivel medio. Para acceder a Dalymount Park hay que cruzar estrechos callejones en los que apenas hay bares o puestos de venta ambulante de productos relacionados con el Bohemians, una especie de anticipo de lo que queda por descubrir cuando se accede al recinto.

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