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alcanzando este fenómeno su máxima cota en el Sunderland, donde hay hasta ocho irlandeses, la mayoría de ellos chavales que han cruzado el charco para forjarse futuro en la Premier, esquivando su paso por su campeonato nacional.

Robbie Keane, posiblemente el mejor jugador irlandés del momento, también llegó a Inglaterra siendo menor de edad, prefiriendo crecer en un conjunto de segunda como el Wolves, antes que convertirse en estrella en la Eircom League.

Keane es un auténtico ídolo en su país, como tantos otros compatriotas que triunfan en Inglaterra e incluso otros que ni siquiera han nacido en la isla como el escocés Aiden Mc Geady, un portentoso y espectacular extremo que recuerda al gran Giggs, nacido en Glasgow, que decidió jugar para la selección de sus antepasados en vez de representar a Escocia.

El fútbol en Irlanda está vivo, en los parques de las afueras de Dublín los niños patean el balón esférico tanto como el de rugby… Sin embargo, esa afición luego no se ve correspondida en un campeonato menor.

Son sólo incondicionales, aficionados que han heredado la tradición de sus antepasados de apoyar a unos colores, los que acuden a los estadios.

El fútbol profesional irlandés tiene reducida trascendencia pública, la prensa o los informativos apenas hacen referencia a las jornadas, centrándose exclusivamente en lo que ocurre en Inglaterra y Escocia.

Al no haber trascendencia, no hay dinero, porque los ingresos por sponsors o televisión son mínimos, lo que explica que el campeón de liga tenga un viejo estadio y un equipo de nimio potencial.

Ver un partido en Dalymount Park es como regresar al pasado, sí, porque ni siquiera se puede hablar de un campeonato profesional en toda regla. Es, en cualquier caso, una experiencia muy recomendable para comprobar la suerte que tenemos en España de contar con una liga de enorme categoría.

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