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No hay hall de entrada (ver foto), ni siquiera hay vomitorios, al estadio se accede por pequeñas puertas tras pasar por enrevesados tornos. Es como una vuelta al pasado que toma consistencia cuando se accede a la gradería.

Uno de los dos goles carece de asientos, es una desierta montaña con escalones. La parte de Preferencia es la más trabajada, del nivel de un campo de Segunda B.

La grada de enfrente aparece copada de banderas irlandesas con lemas en gaélico, pero sin público. Los aficionados sólo ocupan la grada principal y uno de los dos goles, el que sí cuenta con asientos.

Casi ninguno de los hinchas lleva la camiseta del Bohemians, gran contraste con respecto a lo que ocurre en Inglaterra o Escocia. El aspecto del estadio es ciertamente desalentador.

El palco apenas se diferencia del resto de localidades, no hay hospitalities ni nada que se le parezca, sólo dos bares copados por aficionados que beben a toda velocidad cerveza negra para calentar motores.

El regreso al pasado lo simboliza un coqueto ambigú, en el que los hinchas del Bohemians pueden adquirir el clásico frish and chips, así como salchichas rebozadas en un aceite que invita a alejarse del lugar cuanto antes. Sin embargo, a pesar de todo, este vetusto estadio encierra cierto romanticismo, sabor añejo de lo que fue el fútbol y ya no es.

Sí, Dalymont Park es un estadio que nos da una idea de cómo debía ser el fútbol hace muchas décadas. A pesar de que hay muchos miembros de seguridad, acceder al césped es tan sencillo como apartar una valla y comenzar a andar.

No obstante, son los jugadores los protagonistas. El Bohemians no tarda en demostrar que es mucho mejor que su rival.

Al descanso se va ganando 3-0, firmando el último tanto Mindaugas Kalonas, que ha aterrizado en Dublín a mitad de temporada y se ha convertido en un ídolo local,

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